Las emociones mal gestionadas son las que, al final, desatan el caos.

No estamos acostumbrados a dejarnos sentir. No nos han enseñado a hacerlo. Quizás sí en el caso de las emociones más agradables como la alegría, pero cuando se trata de emociones más complicadas, la cosa cambia como es el caso de la ira, la rabia, la tristeza o el miedo.

“La infancia y la adolescencia constituyen una auténtica oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas”

Daniel Goleman

Cómo nos acompañaron en la gestión de las emociones cuando éramos niños y adolescentes es fundamental a la hora de entender cómo nos acompañamos a nosotros mismos hoy, en la edad adulta, en nuestras emociones. 

Venimos de estilos de crianza en los que no se tenía conciencia de la importancia del vínculo primario, donde la validación, expresión y aceptación de las emociones estaban negadas, donde se etiquetaba por tener según qué emociones. Hemos crecido con frases tan contundentes como “¿Y ahora vas a llorar por esa tontería?”; “Mira lo que has generado con tu rabieta”; “Mira como llora. Parece una niña”; “Va, que no es para tanto”; “Eres una rabiosa”. Podría poner muchos ejemplos más.

Estas frases aún las podemos oír hoy. Son como una herencia de la que no nos podemos deshacer ya que las llevamos muy adentro, las tenemos normalizadas. Tanto, que las utilizamos hoy en la crianza de nuestros hijos. Y no sólo frases, sino la falta de validación y de expresión. 

Se ponía todo el foco en la conducta, en el “qué dirán” sin darse cuenta o sin saber que detrás de eso había un niño/a o un adolescente con una emoción no validada y que eso tendría consecuencias para siempre. 

La mirada hacia la infancia y la adolescencia eran muy diferentes a la que intentamos que sea hoy (aunque aún hay mucho trabajo por hacer). 

Por otro lado, es importante mencionar de nuevo, cómo nos han enseñado a relacionarnos con nosotros mismos, nuestro entorno y en sociedad. Y vuelvo a hacer referencia a nuestro estilo de apego que nos proporciona unas características propias.

 

¿Qué consecuencia ha tenido todo esto en nosotros?

Vamos por la vida sin pensar en ello y sin entendernos a nosotros mismos. Culpándonos por nuestra mala gestión emocional en la actualidad. Cierto es que ahora, lo importante, es hacernos cargo de lo que sentimos y cómo lo gestionamos, pero es importante buscar el origen y, éste, se encuentra en nuestra infancia y en nuestra adolescencia. Como dice la frase de inicio de este artículo de Daniel Goleman, es ahí donde tenemos una gran oportunidad para aprender a gestionarnos de por vida.

En consulta siempre pregunto: ¿cómo te hablas? ¿cómo te tratas? La respuesta suele ser siempre la misma: FATAL. Esto me da pistas de que hay heridas de la infancia y de la adolescencia. 

Construimos un diálogo interno con muchas frases como las que mencionaba anteriormente, con altos niveles de exigencia, incluso, podemos menospreciarnos. 

 

Podemos entrar en “bucle” con pensamientos con los que nos hacemos daño, rumiativos y de los que no podemos salir.

Tener una gestión emocional complicada y una mala relación con nosotros mismos puede salpicar a nuestras relaciones. En muchos casos se produce aislamiento por no sentirse entendido/a, por pensar que los demás nos generan nuestro malestar por ejemplo. 

En terapia, una de las cosas más importantes es responsabilizarse de uno mismo/a y entender que los demás no son los culpables de nuestro sufrimiento emocional. El trabajo es ver qué estamos viendo fuera de nosotros que nos lleva a reaccionar con rabia, por ejemplo. Es importante preguntarnos si ese estímulo externo nos está poniendo en contacto con una herida o si algo de lo que vemos en el otro/a está en nosotros. Es la famosa Ley del espejo o el efecto de las llamadas neuronas espejo.

Dificultad para gestionar nuestras emociones

No validamos lo que sentimos, no nos permitimos expresar las emociones básicas más difíciles como la rabia, la ira, la tristeza. Y lejos de hacerlo, las reprimimos, las apartamos, las escondemos.

Y es así, como se desata el caos en nosotros. 


Porque no es posible reprimir emociones. No es posible pasar de lo que sentimos. No es posible esconderlas o negarlas. Están ahí y van a manifestarse ahora o más adelante. A través de la mente o del cuerpo con dolor y malestar.

En muchas ocasiones no sabemos lo que nos ocurre, no nos entendemos. No tiramos. La vida cuesta. No encontramos esos momentos de felicidad. No somos conscientes de que seguro que hay emociones, sentimientos, sensaciones a las que no hemos puesto palabra y conciencia. 

En otras, evitamos sentir. Nos da miedo entrar ahí y no poder asumirlo o gestionarlo. Sin darnos cuenta de que la única manera de salir del caos y de la desconexión es transitando esas emociones, sensaciones tanto de la mente como del cuerpo. Va a doler, sí, pero ese dolor se atenuará si miramos y transitamos lo que nos está ocurriendo o lo que nos ha ocurrido a lo largo de nuestra vida, desde que existimos. 

Y es que, incluso, podemos sentirnos cómodos en una emoción como la tristeza sintiendo que no podemos salir de ella.

Tu cuerpo va a hablar

No tener una buena gestión emocional se puede ver reflejado en tu cuerpo a través de la enfermedad, del dolor, etc. Sobre todo, si hay sufrimiento emocional. 

Una mala gestión emocional proporciona altos niveles de cortisol, lo que genera gran inflamación y alteración del sistema autoinmune.

Por otro lado, puede aparecer la somatización que es la expresión de tus heridas, la represión de tus emociones a través de síntomas físicos en el cuerpo como puede ser dolor en cervicales, oídos, articulaciones, fibromialgia, etc.

¿Y qué podemos hacer ante nuestro caos interior?

  • Entender que no podemos solos:
    Los problemas en gestión emocional dependen de muchos factores y no somos conscientes de ellos. Es importante buscar ayuda para poder encontrar una “brújula” en nuestro camino, una guía. 
    En Terapia Gestalt es muy importante poner conciencia o “darnos cuenta” de lo que nos ocurre, de cuál es el origen de nuestro estado emocional en el presente para poder ponerle solución. 

    Este acompañamiento va a ser un lugar donde aprenderemos a validarnos, a no juzgarnos. A nosotros y a nuestras emociones.  Un lugar donde descubrir cuál es nuestra fuente de sufrimiento inconsciente y la causa. Un lugar donde poder ser nosotros mismos y volver a nuestra esencia. Un espacio donde poner palabra, darnos cuenta y donde adquirir la responsabilidad de nosotros mismos para coger las riendas de nuestra vida. 

    Un espacio donde establecer, de nuevo, un vínculo primario que ha sido dañado mediante la relación con el/la terapeuta. 

  • Autoconocernos

    Ser capaces de conectar con lo que de verdad sentimos y conectar con nuestra esencia. Ponernos en contacto con nuestra niña/o interior para automaternarnos y autocuidarnos. 


    De esta forma, podremos entender porque reaccionamos o sentimos de una manera determinada. En muchas ocasiones no sabemos el origen de nuestras reacciones. Recibimos un estímulo externo y se desencadena la rabia o la ira por ejemplo. Si reaccionamos y no damos respuesta, ahí está. Ahí hay una herida emocional. Reconocer ese momento nos lleva al
    autocontrol y a la autorregulación emocional. De esta manera podemos regular nuestras reacciones emocionales ante situaciones que nos afectan de forma positiva o negativa.

  • Establecer relaciones sanas

    Ser consciente de mi estilo de apego me va a dar muchas pistas de cómo me relaciono,  del porqué de mis reacciones emocionales y su origen.


    Somos seres sociales y necesitamos relacionarnos con los que nos rodean y
    de forma empática, para así poder conectar con ellos, con sus emociones y poder identificarnos. Pero la relación más importante es la que tenemos con nosotros mismos. Valorarnos, respetarnos, no juzgarnos ni etiquetarnos, aceptarnos tal y como somos y un largo etc. va a ser fundamental para establecer relaciones sanas con los demás.

  • Aprender a gestionar nuestras emociones

    Para ello hemos de aprender a verlas, validarlas, aceptarlas, sostenerlas, transitarlas y no juzgarlas. Recuerda, también acompañados por la terapia. 

    La meditación, el Mindfulness (atención plena), el deporte, el yoga, caminar de forma consciente son disciplinas que nos ayudan muchísimo a poder hacerlo. 

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